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El antiguo sitio de Aigai ("cabras") —la primera capital del reino de Macedonia, cuyo nombre resulta bastante curioso—, se encuentra en el extremo suroeste de la llanura de Macedonia en el norte de Grecia, en las estribaciones del monte Pieria. Si bien hay ruinas al aire libre, sabemos que estás aquí por el extraordinario museo subterráneo de Vergina y por las tumbas de Filipo II (padre de Alejandro Magno) y otros miembros de la gran dinastía macedonia.
Entras en el montículo elevado, o túmulo, a través de un tenebroso pasaje oscuro, dejando atrás la luz del día y emergiendo en un espacio circular abierto que revela algunos de los hallazgos más extraordinarios jamás descubiertos. Te sentirás como el arqueólogo Manolis Andronikos cuando desenterró los tesoros adornados con la estrella dorada de Macedonia y supo que se encontraba frente a frente con la tumba intacta de Filipo II.
El descubrimiento de Manolis Andronikos de las tumbas de Filipo II y los miembros de su familia en 1977 sacudió a la comunidad arqueológica y al mundo en general. La tumba de Filipo II es grande, de doble cámara y su fachada se asemeja a un templo dórico, ya que cuenta con columnas, un friso y metopas talladas en relieve. En la cámara se hallaba escondido un lárnax de oro con los huesos del fallecido rey, los cuales permanecieron intactos durante más de dos milenios.
Una de las exhibiciones más importantes del museo es el lárnax de oro, que contiene los huesos de Filipo. Pesa 11 kg y su tapa está estampada con la Estrella o el Sol de Macedonia. A sus lados hay motivos florales y rosetas. La corona de oro es la corona más valiosa de la antigüedad. Se compone de 313 hojas de roble y 68 bellotas unidas de una forma excepcionalmente artística.
En la última sección del museo, serás testigo de los hallazgos de la tumba III, que se cree que contenía los restos de Alejandro IV, hijo de Alejandro Magno y Roxana, quien fuera asesinado por orden de Casandro en el año 310 a. C. En su centro se encuentra la urna de plata que contenía los huesos cremados del joven príncipe, rodeada de exquisitos relieves de marfil que decoran el féretro.
Además de las tumbas reales, verás los radiantes frescos que representan el rapto de Perséfone y la reserva de caza real, los cuales son los únicos ejemplos de obras de grandes artistas del período helenístico que han sobrevivido hasta nuestros días. En este espacio oscuro, los objetos antiguos bellamente iluminados despiertan un cúmulo de emociones: asombro ante la muerte, maravilla ante el poder de la dinastía real y admiración por los magos modernos que diseñaron un repositorio tan grandioso para estas exhibiciones invaluables.
Aigai —el lugar de origen de los reyes macedonios— fue el corazón del país de los teménidas, la dinastía que gobernó Macedonia durante cuatro siglos. La antigua ciudad incluía los muros exteriores con su torre y puerta de entrada. Además, contaba con un palacio, un teatro, un ágora con un santuario dedicado a Euclea, un santuario dedicado a Cibeles (la madre de los dioses), edificios públicos y casas privadas. El sitio arqueológico se encuentra cerca del túmulo de Vergina y es un Monumento del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco y una región de particular belleza natural.
Construida por albañiles expertos que utilizaron grandes bloques de piedra caliza, esta tumba es uno de los monumentos más grandes de su tipo y la atracción más importante de la región. Las pocas piezas de cerámica descubiertas en su interior indican que data de alrededor del 350 a. C. La tumba pertenecía a una joven de aproximadamente 25 años de edad que murió en labores de parto y fue enterrada aquí con su bebé recién nacido.
Ubicadas justo debajo de la colina coronada por la acrópolis de Aigai, las impresionantes ruinas del palacio real dominan el área desde una elevada meseta marcada por un venerable roble. Su decoración suntuosa la convertían en una morada digna de la ilustre dinastía.
Descubre el simbolismo místico de los rayos del Sol de Vergina, plasmado en el lárnax de oro de Filipo. En total son 16 rayos. Cuatro de ellos representan a los elementos —aire, fuego, tierra y agua— mientras que el resto representan a los 12 dioses olímpicos.